miércoles, 13 de junio de 2012

POEMAS



LEVEDAD

Aminoro la marcha,
Es como un hito inevitable;
Guijarros acumulados obligan
a desviar el paso, hacerlo más lento,
           aunque se sienta como antes
la gratitud del sol sobre la hierba.

Aminoro la marcha;
y es reconocer la despedida
            lenta o acelerada;
cada día el asombro
va cambiando la mirada
y la respuesta es distinta.

Omnipotente se vuelve el adiós
que se pronuncia
                        casi sin palabras 

                                Amelia Lapeyriere
          Del libro Cenizas del Vuelo
            Edit Vinciguerra
         

DÍA DEL ESCRITOR

                                                                
                                                                        

                                                                                  


Cada 13 de junio se conmemora el Día del Escritor. La fecha no es casual y encuentra su explicación en que un 13 de junio, pero de 1874, nació Leopoldo Lugones en Villa María del Río Seco, en el corazón de la provincia mediterránea de Córdoba. Entre muchas de las acciones y obras que emprendió, fundó la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) que, luego del suicidio del poeta, estableció el día de su natalicio como el Día del Escritor. Lugones no fue olvidado pero su tumultuoso y resonante paso terrenal es aún materia de controversia y polémica.
Lugones pasó sus primeros años en el campo. Sus vivencias y correrías infantiles allí dejarían una marca permanente en su vida adulta. A los 12 años fue enviado al tradicional colegio Nacional de Monserrat de la capital cordobesa. Por ese entonces, trazó sus primeros versos y creció su afición por la lectura. A los 16 años, inició su carrera periodística en el periódico La Libertad. Por ese entonces, simpatizaba con las ideas anarquistas y, al poco tiempo, publicó sus primeras composiciones con el pseudónimo de Gil Paz.
A los 20, se trasladó a Buenos Aires e ingresó en la redacción de El Tiempo. Allí trabó amistad con Rubén Darío, el poeta nicaragüense y máximo representante del modernismo latinoamericano. Lugones pasaría a la historia como el gran poeta modernista del Río de la Plata y en 1909, le dedicaría a Darío su Lunario Sentimental. Afiliado al Partido Socialista, junto con José Ingenieros, fue la pluma irreverente en el periódico partidario, La Montaña.
En 1987 publicó su primer libro de versos y en ese mismo año nació su único hijo, Leopoldo, futuro creador de la picana eléctrica y jefe de la policía durante la década infame. Su nieta, Pirí Lugones, fue integrante de Montoneros, y es una de los 30 mil desaparecidos por la última dictadura genocida. Pirí solía presentarse como “nieta del poeta, hija del torturador”. En la saga de los Lugones, se reflejan el drama, los desencuentros y la violencia que atravesaron a la propia clase dominante argentina desde 1930.
Desencantado con la política argentina, insatisfecho por su tarea en una biografía de Roca en la que no podía avanzar y sacudido por una infidelidad, Leopoldo Lugones decide terminar con su vida en una isla del Delta, en 1938.

(infonews.com)

MURIÓ HECTOR BIANCIOTTI

 

 

Murió Héctor Bianciotti, el primer argentino en la Academia francesa

Nacido en Córdoba, vivió en Francia desde los 50 y promovió a grandes autores. Fue ayer, en París, a los 82 años.

POR Patricia Kolesnicov

“En el fondo nunca me fui de la pampa”, decía Héctor Bianciotti en 1997. Estaba en la Argentina pero como miembro de la delegación francesa que acompañaba a Jacques Chirac, por entonces presidente galo. “Nunca me fui de la pampa”, decía, porque había nacido en Luque, donde Córdoba es llanura. Pero sí se había ido. Si la distancia, para un escritor, se mide en palabras, Bianciotti se había ido tan lejos que escribía –y pensaba, dijo– en francés. Tan lejos, que la Academia Francesa lo había convertido en un “inmortal”, tal el modesto nombre que da a sus miembros. “Se puede ser un gran escritor francés aunque se venga de muy lejos, de la pampa”, había dicho otra académica, Jacqueline de Romilly, en el discurso con que lo recibía en la institución. “Todo me llevó a Europa desde chico, pero esa es una forma de ser argentino”, declaró.
La versión francesa de Wikipedia lo define como “de origen ítaloargentino”. Y algo de razón tienen: “Los padres eran piamonteses, hablaban piamontés entre ellos”, cuenta desde Francia su amiga, la escritora Silvia Baron Supervielle. Había nacido en 1930. La infancia fueron el sonido del piamontés y la extensión y la tristeza de la extensión. “Huía del campo, de la llanura, de la angustia que me causaban los espacios desmesuradamente abiertos de los cuales no hay por donde salir”. No fue un chico típico: “Cuando tenía seis años arriaba las vacas a caballo al caer la tarde; las vacas se iban por un lado y yo por el otro porque iba leyendo sobre el caballo”.
La puerta de salida del campo fue la de entrada a un seminario franciscano en la provincia de Buenos Aires. Empezó a estudiar francés a los 15, a partir de unos textos de Paul Valéry que salieron en el diario. Y en 1955 encontró otra puerta y se fue a Europa. Primero a España e Italia, finalmente a París. Allí empezó escribiendo en revistas literarias, ganó premios como escritor, se hizo parte de la editorial Gallimard, se hizo francés en 1981 y empezó a escribir en ese idioma en 1982.
De sus libros, en la Argentina, se consiguen La nostalgia de la casa de Dios (2003); Como la huella del pájaro en el aire (1999); El paso tan lento del amor (1995); Lo que la noche le cuenta al día (1992) y Sin la misericordia de Cristo (1982).
Se definía como un escritor de autoficción: alguien que hace no autobiografía sino ficción a partir de su vida. Entre las dos categorías está la conciencia de que la escritura es opaca.
Desde Gallimard, desde su centralidad francesa –el segundo hispanohablante en la Academia, el anterior fue José María de Heredia en 1894– promovió a muchos escritores. Entre ellos Eduardo Berti, Leopoldo Brizuela, la propia Baron Supervielle. “Tenía un gran conocimiento literario universal, tan argentino”, dice la escritora. “Tuvo ese alejamiento con la Argentina. Pero al final volvió. Hizo un viaje, tradujeron sus libros. Volvió con su corazón a la Argentina”.
Fue muy cercano a Borges y a María Kodama. Tanto, que estuvo con ellos cuando Borges murió, en Ginebra. Contó cómo la cabeza de Borges se inclinó hacia Kodama: “Murió muy lentamente y en silencio, como un reloj de arena que se vacía”.
“Tenía presencia de actor, un físico espléndido”, recuerda Baron Supervielle. “La última vez que lo vi estaba bien vestido, elegante”. Elegante, en el jardín del hospital: hacía siete años que el escritor tenía Alzheimer. “Entró en coma hace dos días, murió sin dolor”, cuenta su amiga. “Al final estaba en otro mundo. Decíamos ‘tiene que irse, es mejor’, pero ahora que es definitivo, la pena es enorme”.
Fuente: Clarín.com