La veía llegar a los actos literarios con
hermosos sombreritos y vestidos etéreos, tan etéreos como ella. Desde el
comienzo supo entender a las palabras y supo también que había que estudiar y
trabajar para ir por el camino de las letras. Solitaria, exigente crítica,
viajera entusiasta, buena anfitriona cuando se la visitaba, desapareció de
pronto y se abismó en un silencio y una lejanía que pocos entendimos. Compañera
por largos años de quien fuera el talentoso profesor Masramón, juntos
complementaron ese costado de la creación con la que comulgan algunos seres que
tienen la suerte de encontrar un igual. Se los veía en las confiterías, siempre
juntos, ensimismados en un mundo propio que trascendía los atardeceres, cuando
lentamente, regresaban a su casa.
Después, para ella fue un largo recluirse, un
renunciamiento social que la atrapó más y más en mundos que nunca sabremos
cuales fueron. Hoy retomé sus escritos, transité por las líneas que
quedaron en tantos trabajos suyos, y
sólo puedo saludar a una gran escritora de nuestra ciudad, que escribió su
última palabra el pasado domingo 23 de febrero.
Susy Quinteros